viernes, 7 de marzo de 2014

ELLA




Le habían dado "un eventual" de dos semanas en un pueblo de la sierra. Como de costumbre, llamó el día antes de incorporarse para ver si la titular dejaba algo pendiente en la consulta.

Entre los encargos se encontraba el estar más pendiente de Ella, que padecía una enfermedad crónica la cual en los últimos meses había entrado en progresión y ahora se encontraba con tratamiento sintomático. Vivía en una casa con escaleras, lejos de la consulta y hacía meses que ya no salía a la calle...

Lo más importante era que no debía hablar con Ella de su enfermedad ni su pronóstico, pues sus familiares (esos sobrinos lejanos que nunca la visitaban) así lo habían indicado por teléfono.

El segundo día de sustitución, decidió llamarla para ver cómo se encontraba y Ella le respondió que no muy bien, que pese a los tratamientos que le habían puesto, el dolor aún era bastante intenso, pero que "no quería molestar". Acordaron que acudiría a su domicilio al finalizar la consulta y valorarla.

Tras revisar la historia clínica de la paciente y cruzar el pueblo a pie, cargada con su pesado maletín repleto de "porsiacasos" llegó al domicilio y Ella la esperaba asomada al balcón. Desde allí le lanzó la llave para que abriera la puerta y entrara en su casa.

Subió los dos pisos de empinadas escaleras y sentada en el salón la esperaba Ella. Nada más entrar a la sala, de nuevo le pidió disculpas "por haberla molestado" y le mostró sus maltrechos huesos (afectados ya por su agresiva enfermedad) como prueba irrefutable de que no podía desplazarse hasta la consulta. La joven médico le explicó de nuevo que no tenía que disculparse, que formaba parte de su trabajo el ir a visitar a pacientes como ella a sus hogares, y que por supuesto estaba encantada de intentar ayudarla.

Con todos los datos, la doctora decidió que era momento de pautar un analgésico más potente y acordó con Ella que así lo harían. El nuevo tratamiento requería ajuste progresivo de dosis, por lo cual deberían estar en contacto casi a diario hasta que el dolor desapareciera.

Las llamadas telefónicas y las visitas al finalizar la consulta se convirtieron en parte del día a día. Tras valorar sus edemas, sus lesiones cutáneas, titular la dosis del analgésico,... Ella siempre se mostraba reacia a dejar marchar a su nueva doctora; parecía que había algo que quería preguntar y no se atrevía, por lo que siempre antes de irse, la joven se ofrecía a tratar cualquier duda o preocupación que Ella pudiera tener. Solía responderle con un "no te preocupes más por mí" "ya te he entretenido bastante" "llegas tarde a la guardia"...

Pero un día la respuesta fue diferente, y  Ella le pidió que se sentara a su mesa y le confesó que, pese a que conocía que sus familiares se lo quería ocultar, era consciente de lo que le estaba ocurriendo y de que el final estaba cerca. Tenía algunas dudas que quería que le resolviera y sacó un pequeño papel de su bolsillo donde las había escrito "para que no se le olvidara ninguna", con una envidiable letra que parecía sacada de un libro de caligrafía.

Hablaron de esas dudas y de las nuevas que iban surgiendo con el curso de los días; la confianza entre Ella y su médico eventual se fue haciendo más patente y términos hasta entonces "tabú" como morfina, cuidados paliativos, vía subcutánea,... formaban parte ya de sus conversaciones.

Así hasta que llegó el día de la despedida. Ya habían pasado las dos semanas y la joven médico cogía la llave que le lanzaba desde el balcón y entraba por última vez en casa de Ella.

Le dio las gracias por calmar todos sus síntomas físicos (el dolor, los edemas, las náuseas,... de momento estaban controlados) pero sobre todo por aliviar su alma, por darle la oportunidad de hablar abiertamente de su enfermedad y de sus sentimientos e inquietudes al enfrentarse al final de la vida.

En un gesto no poco habitual cuando se es Médico de Familia, ambas sobrepasaron la "barrera" de la relación médico paciente y se fundieron en un fuerte abrazo. Una lágrima recorrió la mejilla de Ella.

<< Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida >> (Mario Benedetti)

domingo, 2 de marzo de 2014

"SOY UNA PRIVILEGIADA"



Sí, así es. Todos me lo dicen y yo me lo creo "en la situación que estamos" y a mi temprana edad tengo trabajo "de lo mío"

Ironías aparte observo últimamente cierta tendencia a lo que yo llamo COMPARACIONISMO NEGATIVO, es decir, al "si tú estás mal yo estoy peor". Hasta ahora esto lo había visto yo mucho entre mis pacientes, especialmente en aquellos matrimonios mayores que a veces parecen haberse convertido en jóvenes y mal avenidos compañeros de piso:

 - ¿Que a ti te duele?
-  Pues a mí más
- ¿Que tu colesterol está alto?
-  Pues el mío lo supera
(...)

Pero últimamente parece que esto se está convirtiendo en epidemia y "como está todo tan mal" (y tristemente así es) ya no hay quien se desahogue a gusto, pues siempre hay alguien alrededor peor que tú (o más)


Personalmente, me considero bastante reivindicativa y  he de reconocer que son malos tiempos para los de mi calaña. No se trata de ir machete en mano a por todo el que nos hinche las narices pero creo que el "aguanta que hay otros peor" no nos soluciona nada ni tampoco hacemos que la situación del resto mejore. 
Volviendo a los símiles con los pacientes, que se me da mejor:

         El que la Señora Pepa por fin se decida a perder peso y así mejore el dolor de sus rodillas artrósicas no va a hacer que a su marido Pepe le duelan más

Con esto quiero decir que no estoy de acuerdo con esas convicciones catastrofistas  "Montaigneanas" que defienden que nunca se logra ningún beneficio sin perjudicar a otro, o que porque uno intente mejorar en cierta medida lo que está a su alcance, no valore o considere que hay más gente con serios problemas o dificultades, en muchos casos de mayor envergadura que los propios. Sino más bien creo posible que cada uno de nosotros podemos intentar "achuchar" sobre aquello que esté a nuestro alcance para ayudar a mantener nuestra propia dignidad sin perjudicar la ajena y con suerte esto pueda hacerse extensible a otras personas.

<< Los países libres son aquellos en los que son respetados los derechos del hombre y donde las leyes, por consiguiente, son justas >> (M.Robespierre)